miércoles, 23 de enero de 2013

El curioso caso de Charles Joughin (Parte 1)

Estaba dando un paseo por la cubierta de primera clase. No paraba de darle vueltas al asunto, me llamaba mucho la atención este curioso personaje, y una de las cosas que quería era poder sacar a la luz su historia, una historia con final feliz en un drama dantesco. Curioso, ¿verdad? A medida que iba caminando me ensuciaba más los zapatos, que encima acababa de estrenar hoy. Torcí a la derecha y subí las escaleras que daban acceso a la cubierta de botes y me acerqué a echar un vistazo al puente de mando. ¿Cómo una persona podía salvarse de esa manera en medio del caos imperante aquella noche? Esta pregunta no paraba de retumbar en mi cabeza, aún me costaba creerlo. Me quedé un rato reflexionando fumándome un cigarrillo mientras me apoyaba en el herrumbroso timón del barco. Todavía se mantenía en pie, como si lo utilizaran todos los días, como si el tiempo no pasara por este artilugio que un día dirigió un gran barco. 

Se me hacía tarde, así que tiré el cigarrillo por la borda y entré en la zona de oficiales en busca del documento que quería. El corazón me palpitaba con fuerza, los angostos pasillos y sin luz parecían hacerse eternos, pensaba que nunca iba a cruzarlo entero. Solo tenía una pequeña linterna que alumbraba mi camino. De repente, me detuve. Estaba escuchando un tintineo de botellas de vidrio, como si una persona borracha estuviera jugando con ellas después de haber estado de marcha y todavía le hiciera efecto el alcohol. Risas. Cada vez me inquietaba más, aquello no podía estar sucediendo de verdad. Sugestión, pensé. Pero allí no había nadie más que yo. Quizá la historia de Charles Joughin me hiciera imaginarme cosas que no tenían que estar pasando. Eso es, Charles Joughin, el famoso cocinero del Titanic. Poco a poco iba acordándome de la historia, aunque no la conocía del todo.

Finalmente, llegué a la parte que buscaba. En esa zona del pasillo había un cartel oxidado que se aguantaba a duras penas que decía: "Crew Only". 100 años atrás, ese cartel me hubiera frenado a seguir, pero no era el caso ahora mismo. Tenía apuntado en mi inseparable libreta Moleskine el número del camarote donde Charles Joughin pernoctaba a bordo del Titanic, la B-13. Justo enfrente de mí se encontraba la habitación, donde cada vez se hacía más audible el ruido de botellas. Dudé un pequeño instante, hasta que decidí abrir la puerta. El silencio volvió a coger el protagonismo, ya no sonaban las botellas. El camarote estaba hecho un desastre, cada objeto estaba donde no tenía que estar, era como si hubieran entrado a robar en un domicilio y no encontraran lo que querían buscar. Pero yo  localicé el documento en seguida entre el barullo de cosas rotas y desvencijadas. Casi me lancé a cogerlo cuando algo me hizo detenerme. Me agaché y se me erizó completamente el vello de la piel, y cuando levanté la mirada vislumbré durante un pequeño instante la imagen de Charles Joughin apoyado peligrosamente desde el ventanal de su propio camarote y observándome con la mirada perdida mientras sostenía un par de botellas vacías entre sus manos. Me paralicé completamente, cerré los ojos y la imagen de Joughin desapareció por completo, como si se lo tragara la tierra. Mi sentido común me decía que me largara de allí pero me picó más la curiosidad, si cabía, para seguir investigando sobre este hombre. Después de este pequeño shock, cogí el tan ansiado documento, y no paraba de maldecir que ya podría estar en otro sitio menos remoto del barco. Era un documento excepcional y que por fin iba a salir a la luz. 

Esta es la historia de Charles Joughin, el cocinero borracho del Titanic que salvó su vida cuando menos posibilidades tenía de hacerlo. 
Como si retrocediéramos en el tiempo, volvemos cien años atrás, a la fría madrugada del 15 de abril de 1912. El transatlántico Titanic, después de colisionar contra un iceberg, está siendo engullido por las gélidas aguas del Océano Atlántico...

15 de abril de 1912

0:34 Había mucho alboroto en la cubierta de botes. La gente parecía no enterarse de nada y muchos decidieron resguardarse del frío gélido en los salones, donde la banda había empezado a tocar para calmar un poco el caos y la incertidumbre que reinaba. Entre voces se oía que había que hacer un simulacro de desalojo del barco y los pasajeros debían subir inmediatamente a los botes. "Menuda chorrada, con el frío que hace", pensó Charles Joughin.

Charles Joughin era el jefe panadero a bordo del Titanic. Era conocido por sus tocayos culinarios como el "borrachín", siempre llevaba a escondidas consigo una pequeña petaca para darle tragos a lo largo del día. Cuando el barco colisionó a las 23:40, Joughin se encontraba en su camarote durmiendo, y justo en el impacto se levantó en seguida sobresaltado.

Durante el alboroto, el Jefe de Oficiales Henry Wilde se le acercó y le comentó que tenía que colocar en cada bote una provisión de cuatro panes. Junto con unos cuantos compañeros más, colocaron los panes en todos los botes del Titanic. Una vez acabaron de colocarlos, tenían la orden de ayudar a subir a las mujeres y niños a los botes, pero Joughin estuvo ayudando unos pocos minutos y decidió escabullirse hacia los salones para beber "un poco de licor". No entendía todavía el porqué de tanto revuelo para subir a los pasajeros a los botes, si en el Titanic se estaba mucho mejor. A pesar de que se le asignó dirigir el bote 10, Joughin no quiso subirse, y se marchó. El pobre Joughin todavía no era consciente de la gravedad del asunto.

"Oh, ahí estás, mi pequeña", dijo con ojos saltones a la gran botella de whisky irlandés Jameson que asomaba en una de las barras de los salones de primera clase. Con cierto disimulo y aprovechando todo el jaleo que había, cogió la botella y se dirigió a su camarote. Nada más llegar, se tumbó en su cama mientras abrazaba con eterno deseo a su querida botella de whisky. Y comenzó a preparar su pequeño festín. Una copa de primera clase, unos cuantos hielos, whisky y un poco de agua. Joughin siempre tomaba copitas "medio vacías", y esta no iba a ser una excepción. Pero entre copa y copa, se dio cuenta de que se había bebido más de media botella de whisky, y pensó que quizá tendría que ayudar en la cubierta de botes. Nada más levantarse se tambaleó y estuvo a punto de caer al suelo. "Sr. Joughin, usted está estupendamente", se repetía a sí mismo una y otra vez.



Era la 1:15. Salió de su camarote y se sorprendió mucho cuando vio que los pasillos estaban como "doblados e inclinados". Después de soltar un pequeño hipo, pensó que en esos pasillos había gente que "había bebido mucho más que él". Antes de irse vio la botella de whisky "medio vacía", como decía él. "No te muevas, pequeña, en seguida vuelvo a por ti". Cerró la puerta y subió hacia las cubiertas de paseo.

Pero la imagen ya no era absurda o aburrida, había mucha tensión en la cubierta de botes y la gente corría desesperada en un intento de subirse a alguno de los pocos botes que quedaban. Se oían disparos. Joughin estaba alucinando. "Estos ingleses están más locos de lo que yo pensaba". Así que decidió volver a los salones a por "otro trago de licor". Esta vez fue una copa medio vacía de un Redbreast, otro whisky famoso irlandés. Un golpe seco y fuerte le sobresaltó de tal manera que se le derramó toda la copa. ¿Qué demonios ha pasado aquí? la gente comentaba que se había derrumbado la primera chimenea del barco. Joughin se preocupó, y empezó a tomarse más en serio la situación, así que bajó de nuevo a su camarote a comprobar si efectivamente el barco se estaba hundiendo. Cuando llegó a su pasillo el agua inundaba la mitad de superficie. "Otra copa medio vacía", pensó, pero ya no había tiempo para más bebida, así que tuvo que abandonar a su suerte la botella de Jameson que estaba en su habitación, y que nunca más nadie volvería a beber de ella.

Esta vez se dirigió a la cubierta B, donde vio que la gente corría hacia la zona de popa, pues el barco se estaba inclinando ya peligrosamente. Joughin estaba tambaleándose continuamente, y no quiso irse sin antes rellenar su petaca de whisky. "Un último trago de Redbreast antes de irme de aquí". Entró, y esta ya fue la última vez, al interior del barco para coger whisky de la despensa. Una vez acabó de rellenarla, se dirigió serpenteando la cubierta B en dirección a la popa. "¡Esto parece la montaña rusa de Coney Island!", gritaba a la gente que huía atemorizada hacia la popa. Como muchos pasajeros se lanzaban por la borda, Joughin cogió las tumbonas de la cubierta y comenzó a lanzarlas para que la gente pudiera flotar en el agua. Después de arrojar unas 50 tumbonas, se dirigió definitivamente a la popa. Ruidos de objetos desprendiéndose, gritos desesperados y 1.500 almas todavía a bordo del Titanic en un intento inútil de luchar por su vida, pues el agua estaba a -2Cº y las posibilidades de aguantar vivo más de cinco minutos a esa temperatura era algo imposible.
Sujetándose entre las barandillas para no caerse, lo que veía Joughin le sobresaltaba completmante: gente rezando alrededor de un sacerdote, una mamá sujetando a su hijo en brazos, papás que habían dejado a sus mujeres e hijos en los botes, gente de todas las clases que se dirigía al destino más trágico. A pesar de estar completamnete borracho, consiguió subir hasta arriba del todo y sujetarse en el mástil de popa. Cogió su petaca y comenzó a beber como si no hubiera mañana...

Continuará...



Juan Andrés



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